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¿Es hoy más barato tener un coche que en los años 60?

En un contexto donde la movilidad está en plena transformación y el debate sobre sostenibilidad domina la conversación pública, conviene hacer una pausa para observar con perspectiva histórica: ¿cuánto esfuerzo supone hoy adquirir un coche en comparación con hace seis décadas? La respuesta, como casi todo en economía, no es binaria. Pero los datos nos ofrecen una guía clara: en términos relativos, la clase trabajadora accede hoy a un coche básico con mucha menos dificultad que en los años del desarrollismo franquista. Sin embargo, el coche del futuro —eléctrico, conectado y eficiente— vuelve a situarse en un umbral de exclusividad inquietante.

Años 60: el coche como cima del esfuerzo obrero

En la España de los años 60, marcada por el aperturismo económico y la industrialización acelerada, tener coche era mucho más que una comodidad: era el símbolo tangible del ascenso social. El SEAT 600, paradigma de aquel sueño sobre ruedas, costaba más de 63.000 pesetas, cuando el salario mínimo apenas superaba las 1.800 pesetas mensuales. La aritmética era tozuda: 35 meses de salario mínimo eran necesarios para comprar uno. Tres años completos de sueldo sin gastar en otra cosa.

La financiación era escasa, el crédito al consumo incipiente, y las familias optaban por ahorrar durante años, recurrir al apoyo de los padres o probar suerte en las nuevas —y restrictivas— opciones de préstamo que ofrecían las Cajas de Ahorros. Tener coche era, en cierto modo, un acto de resistencia económica y perseverancia social.

Hoy: menos esfuerzo proporcional, más opciones financieras

Avancemos seis décadas. Un SEAT Ibiza, modelo de entrada en la gama urbana de la marca y heredero espiritual del 600, cuesta hoy unos 14.990 euros. El salario mínimo interprofesional (SMI) en 2025 asciende a 1.184 euros mensuales, por lo que el esfuerzo necesario para adquirirlo se reduce a poco menos de 13 meses de salario. Es decir, el coste relativo se ha dividido por casi tres respecto a los años 60.

La diferencia no es solo numérica, sino también estructural. Hoy existen múltiples fórmulas de adquisición: financiación bancaria, leasing, renting o préstamos directos del concesionario. Incluso es posible llevarse un coche sin pagar una entrada inicial, con trámites que se resuelven en cuestión de días. Esto, combinado con un mayor acceso al crédito, ha democratizado el automóvil más básico.

El coche eléctrico: ¿la nueva barrera de entrada?

Pero la verdadera frontera de nuestro tiempo no es el coche de combustión interna, sino su sucesor: el vehículo eléctrico. Tomemos como ejemplo el Cupra Born, compacto eléctrico del grupo SEAT, cuyo precio base se sitúa en torno a los 38.490 euros. Esto equivale a más de 32 meses de salario mínimo, es decir, un esfuerzo casi idéntico al que suponía comprar un SEAT 600 en los años 60.

Esta coincidencia no es trivial. Si bien existen ayudas públicas como el Plan MOVES III, incentivos fiscales y menores costes de mantenimiento y uso, la barrera de entrada sigue siendo alta. La paradoja es evidente: mientras se impulsa un modelo de movilidad más limpio, los vehículos eléctricos siguen siendo un lujo para muchos hogares. Lo que antes era un símbolo de progreso social, hoy puede representar una nueva forma de desigualdad tecnológica.

El coste del coche en su contexto real

Ahora bien, comparar el esfuerzo necesario para adquirir un coche exclusivamente desde el salario mínimo es útil, pero limitado. Las condiciones macroeconómicas han cambiado: la vivienda, la energía, la alimentación y otros costes básicos absorben una mayor parte del ingreso familiar que hace 60 años. Además, la estructura del mercado laboral, más precarizada y con menor capacidad de ahorro, condiciona el acceso real a la financiación.

Por otro lado, la presión medioambiental y las zonas de bajas emisiones están empujando a muchos conductores a renovar su vehículo. En este contexto, no basta con que un coche sea más barato en términos relativos si las opciones ecológicas y compatibles con las regulaciones urbanas son prohibitivas.

¿Más barato? Sí, pero con matices

En términos estrictamente económicos, sí, tener un coche básico es hoy más asequible que en los años 60. La proporción de salario necesario para comprarlo ha bajado drásticamente, y los mecanismos de financiación han multiplicado las vías de acceso.

Sin embargo, el coche que encarna el futuro —el eléctrico— está reproduciendo las barreras del pasado. Mientras no se universalicen sus precios o se incrementen sustancialmente las ayudas públicas, la transición verde corre el riesgo de dejar atrás a los mismos que tardaron décadas en subirse al 600.

El coche básico ha dejado de ser un símbolo de estatus. El coche eléctrico, por ahora, no.

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