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Análisis crítico de la narrativa de crecimiento económico en España bajo el Gobierno de Pedro Sánchez: entre la recuperación cuantitativa y la divergencia estructural con Europa


Autor: Juan Tadeo F. Pereira

En el discurso político contemporáneo, las cifras de crecimiento económico han adquirido un carácter simbólico de éxito y fortaleza nacional. En el caso de España, el presidente Pedro Sánchez ha sostenido reiteradamente que el país “es la economía europea que más crece”, una afirmación que ha sido utilizada tanto en el Parlamento como en foros internacionales para reforzar la imagen de recuperación económica y buena gestión gubernamental.

Sin embargo, las afirmaciones políticas, especialmente en el ámbito económico, deben ser objeto de análisis crítico y contrastadas con la evidencia empírica disponible. La expresión “la economía que más crece” remite a una comparación de tasas porcentuales de incremento del Producto Interior Bruto (PIB), pero no necesariamente refleja el nivel real de desarrollo o bienestar alcanzado por una nación. Una tasa de crecimiento elevada puede deberse, entre otros factores, a la recuperación desde una base más baja o a un ciclo coyuntural favorable, sin que ello implique convergencia estructural con las economías más avanzadas.

El objetivo de este artículo es, por tanto, examinar en profundidad los fundamentos y limitaciones de dicha afirmación, analizando el desempeño macroeconómico de España en el contexto europeo y poniendo de relieve las tensiones existentes entre el crecimiento relativo y la situación económica real. Para ello se abordarán los aspectos cuantitativos del crecimiento reciente, las diferencias estructurales respecto a las principales economías de la Unión Europea y las implicaciones políticas y discursivas de presentar una narrativa de éxito económico basada en porcentajes y no en niveles de desarrollo.

Contextualización del crecimiento económico español

El crecimiento reciente de la economía española debe entenderse en el marco de una recuperación tras una crisis sin precedentes. En 2020, el PIB de España experimentó una contracción del 10,8 %, la mayor caída entre las grandes economías europeas, debido al impacto del COVID-19 sobre sectores clave como el turismo, la hostelería y los servicios personales.

Desde 2021, la economía española ha registrado una recuperación sostenida, con tasas de crecimiento del 5,5 % en 2022, 2,5 % en 2023 y 3,2 % en 2024, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Estas cifras han situado a España por encima del promedio de la zona euro, que rondó el 1,8 % en el mismo período. No obstante, esta recuperación debe interpretarse como un “rebote” desde niveles especialmente deprimidos, más que como una expansión estructural sostenida.

La contribución del turismo, que representa en torno al 12 % del PIB y emplea a más de dos millones de personas, ha sido decisiva. Sin embargo, la dependencia de este sector genera vulnerabilidad frente a fluctuaciones externas y limita la capacidad de diversificación productiva. Asimismo, los fondos europeos de recuperación —Next Generation EU— han tenido un impacto positivo en la inversión pública y en determinados sectores industriales, pero su efecto estructural a largo plazo aún está por consolidarse.

En el entorno europeo, el crecimiento español destaca en términos relativos, pero en un marco general de desaceleración económica. Alemania, Francia e Italia —las tres mayores economías de la zona euro— han mostrado crecimientos mucho más modestos, en torno al 0,5–1,5 % anual. Ello se debe a una combinación de factores como la contracción industrial alemana, el estancamiento del consumo francés y la elevada deuda pública italiana.

Sin embargo, al analizar los niveles absolutos del PIB y del PIB per cápita, las posiciones relativas de los países apenas se han modificado. España sigue ocupando el quinto puesto en PIB total de la UE, pero su PIB per cápita en términos de poder adquisitivo (PPA) se mantiene alrededor del 89 % de la media europea, y muy por debajo de los valores registrados en Alemania (122 %), Francia (110 %) u Holanda (134 %).

Esta divergencia entre crecimiento relativo y nivel absoluto constituye la base de la crítica principal a la narrativa gubernamental: el dinamismo en las tasas no necesariamente implica convergencia real con las economías líderes.

Crecimiento porcentual frente a convergencia estructural

El crecimiento del PIB, en tanto indicador agregado, no distingue entre cantidad y calidad del crecimiento. España ha logrado aumentar su producción total, pero gran parte de ese incremento se ha sustentado en el empleo intensivo en sectores de bajo valor añadido y baja productividad. Según Eurostat (2024), la productividad laboral española —medida como PIB por hora trabajada— se sitúa un 17 % por debajo de la media de la zona euro.

La mejora del PIB, por tanto, no necesariamente se traduce en mejoras proporcionales en el bienestar o en el poder adquisitivo de los ciudadanos. De hecho, el salario medio real apenas ha crecido en la última década, y el nivel de renta disponible por hogar continúa por debajo del promedio europeo. Este desajuste revela que el crecimiento español es más cuantitativo que cualitativo, y que su sostenibilidad a largo plazo depende de factores estructurales aún no resueltos.

La economía española adolece de un problema estructural de productividad que limita su convergencia con las economías del norte de Europa. A pesar de los avances en digitalización y en capital humano, el tejido empresarial español está compuesto mayoritariamente por pequeñas y medianas empresas (pymes), con escasa capacidad de inversión en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i).

Mientras que la media europea de gasto en I+D supera el 2,2 % del PIB, en España apenas alcanza el 1,4 %. Este déficit tecnológico repercute directamente en la competitividad global y en la calidad del empleo, generando un círculo vicioso de baja productividad y bajos salarios. En consecuencia, aunque España pueda registrar tasas de crecimiento elevadas en el corto plazo, la brecha estructural con los países líderes se mantiene constante o incluso se amplía.

Crítica discursiva: el uso político del crecimiento económico

Desde el punto de vista comunicativo, la afirmación de Pedro Sánchez cumple una función política clara: reforzar la percepción de buena gestión económica y de solidez institucional en un contexto internacional incierto. Sin embargo, este tipo de mensajes, cuando no se acompañan de matices analíticos, corren el riesgo de simplificar en exceso una realidad compleja.

Decir que España “es la economía europea que más crece” sugiere implícitamente una posición de liderazgo económico que no se corresponde con los indicadores de desarrollo real. Esta estrategia discursiva, habitual en la política contemporánea, busca legitimar la acción de gobierno mediante el uso de indicadores parciales que refuerzan una narrativa optimista.

La principal consecuencia de este tipo de comunicación es la generación de una disonancia entre la percepción pública y la realidad económica. Mientras las cifras de crecimiento alimentan un relato de éxito, amplios sectores sociales continúan experimentando precariedad laboral, pérdida de poder adquisitivo y dificultades para acceder a la vivienda.

Además, la comparación con Europa debe realizarse no solo en términos de crecimiento, sino también de estructura productiva, innovación y cohesión social. La insistencia en la tasa de crecimiento puede ocultar desequilibrios territoriales y desigualdades internas que limitan la verdadera fortaleza de la economía española.

El papel de la academia y de los medios especializados, por tanto, debe ser el de contextualizar, matizar y analizar críticamente estas afirmaciones, a fin de evitar la consolidación de un discurso económico basado en indicadores parciales o coyunturales.

Implicaciones estructurales y retos de futuro

Para alcanzar una convergencia efectiva con las economías más avanzadas, España debe superar un conjunto de obstáculos estructurales que van más allá del crecimiento coyuntural. Entre ellos destacan la baja productividad, la escasa inversión en innovación, la dualidad del mercado laboral y la debilidad del tejido industrial.

Asimismo, la política económica debe orientarse hacia la diversificación productiva, impulsando sectores de alto valor añadido como la biotecnología, la inteligencia artificial, las energías renovables y la industria avanzada. Estos ámbitos pueden ofrecer una base sólida para un crecimiento más sostenible y menos dependiente de los ciclos turísticos o del consumo interno.

Las principales reformas que podrían favorecer la convergencia real incluyen: 

  1. Educación y capital humano: mejorar la formación técnica y científica, reduciendo el abandono escolar y promoviendo la educación dual. 
  2. Reforma laboral estructural: fomentar la estabilidad contractual y el aumento de la productividad por hora trabajada. 
  3. Política fiscal e incentivos a la innovación: aumentar la inversión en I+D+i y facilitar el crecimiento de empresas tecnológicas. 
  4. Cohesión territorial: equilibrar las disparidades económicas entre regiones, impulsando la reindustrialización en las zonas menos desarrolladas. 
  5. Transición ecológica y digital: aprovechar los fondos europeos para acelerar la modernización productiva.

Sin estas transformaciones, el crecimiento actual corre el riesgo de ser transitorio y de consolidar un modelo económico dependiente, vulnerable a las crisis internacionales y con limitada capacidad de redistribución.

Conclusiones

El análisis presentado permite concluir que la afirmación de que España es “la economía europea que más crece” es parcialmente cierta en términos estadísticos, pero engañosa si se interpreta de manera absoluta o estructural. España efectivamente ha experimentado un crecimiento porcentual superior al de sus principales socios europeos en los últimos años, pero dicho crecimiento responde en gran medida a factores coyunturales, a un efecto rebote tras la pandemia y a una estructura económica fuertemente dependiente del turismo y los servicios.

En términos absolutos, España continúa por debajo de la media europea en PIB per cápita, productividad, gasto en I+D y niveles de bienestar. Por tanto, aunque la economía “crezca más”, no necesariamente “está mejor”.

Desde una perspectiva académica, resulta esencial diferenciar entre crecimiento cuantitativo y convergencia real. El primero puede ser efímero y dependiente de factores externos, mientras que la segunda requiere transformaciones profundas en el modelo productivo, en la educación, en la innovación y en la estructura laboral.

Finalmente, la comunicación política debería ser más rigurosa y transparente, evitando la tentación de construir narrativas de éxito basadas en indicadores parciales. La verdadera fortaleza de una economía no se mide por la rapidez con la que crece en un periodo determinado, sino por su capacidad para sostener dicho crecimiento en el tiempo, mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos y reducir las brechas estructurales con sus socios internacionales.

En suma, España se encuentra en una fase de expansión económica significativa, pero todavía no ha logrado una convergencia plena con las economías líderes de Europa. Convertirse en “la economía que más crece” no equivale a ser la más desarrollada, y el desafío de los próximos años será transformar el crecimiento coyuntural en progreso estructural, sostenible e inclusivo.

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